El mundo entero se sorprendió cuando supo que un presidente de una pequeña nación suramericana prefería transportarse en un Volkswagen escarabajo del 87 que en una lujosa nave presidencial, en medio de una caravana plagada de guardaespaldas, ventanas polarizadas y subfusiles. Hasta los mandatarios de los países más pobres y subdesarrollados del mundo se montan en esa nube que parece desconocer la realidad de la gente que los elige.
José Mujica irrumpió en la escena mundial para combatir eso. Para mostrarse efectivamente como un ciudadano que hace política, más que como una casta dirigente que intenta captar votantes. Su estilo de vida campestre y frugal, apartado de los lujos y dándole prioridad al bien colectivo, al de la sociedad uruguaya, así lo demostró.
“¿Qué es lo que le llama la atención al mundo? ¿Que vivo con poca cosa? ¿Una casa simple? ¿Que ando en un autito viejo? ¿Esas son las novedades? Entonces este mundo está loco, porque le sorprende lo normal”, responde Mujica, ante los elogios globales que suscita su percepción de la política y de la vida personal.
El pasado domingo 1 de marzo José dejó de ser el presidente de los uruguayos, y se dio cuenta, en medio de aplausos, que sería gratamente recordado por sus tres millones y medio de connacionales como uno de los presidentes más carismáticos y exitosos en la historia del país.
Inseparable de la política
Mujica, nacido el 20 de mayo de 1934, es descendiente de vascos que arribaron a Uruguay a mediados del siglo XIX y se establecieron en el sur del país. Sus antecesores se decantaron rápidamente por el activismo político, hasta el punto de que incluso su abuelo cedió sus tierras para entrenar a las fuerzas que defendieron al caudillo Aparicio Saravia (1856-1904).
En sus parientes maternos también hay antecedentes políticos, su abuelo era seguidor del Partido Nacional (centro), pero más específicamente del herrerismo. Este fue varias veces edil de Colonia y amigo de su máximo ideólogo, Luis Alberto de Herrera (1873-1959).
De ahí que gracias a su familia, en especial a su madre, Lucy Cordano, y a su tío materno Ángel Cordano, empezara a militar en el Partido Nacional, y conociera en 1956 al diputado Enrique Erro, quien luego sería ministro de Trabajo tras la victoria presidencial de Benito Nardone (1959). De toda esa época Mujica aprende de la política de su país y toma conciencia de los cambios que requería, dando un marcado viraje a la izquierda.
Junto a Erro funda la Unión Popular, en coalición con el Partido Socialista del Uruguay y la bancada Nuevas Bases. Ahí se marca su militancia izquierdista, impulsada (tal como en toda la región), por las noticias que llegaban desde Cuba y el triunfo de su revolución.
Los pobres resultados electorales (el candidato presidencial de dicha coalición en 1962, Emilio Frugoni, pierde rotundamente las elecciones con un 2,3 por ciento de los votos), sumados a enfrentamientos cada vez más violentos entre activistas de izquierda y de derecha, hacen que tal como él, cientos de personas decidan tomar la lucha armada como camino para ver cambios en su país.
Guerrilla y dictadura
En los años posteriores se integra al Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros (MLN-T, conformado por socialistas, anarquistas y maoístas), que propendía por una respuesta a los partidos políticos tradicionales (que tenían al país en crisis desde 1955), aprovechando las turbulencias sociales de su tiempo.
Yerú Pardiñas, actual secretario general del Partido Socialista del Uruguay (PS), explicó, en diálogo con EL COLOMBIANO, lo que motivó a Mujica y a tantos otros a integrarse a dicho grupo guerrillero: “Líderes del MLN- T, como Raúl Sendic y Mujica interpretaron la realidad de aquel entonces, y queriendo desempeñar un rol inmediato que permitiera acceder a espacios de poder, decidieron tomarlo por la vía armada. Había además mucha influencia del exterior por cuenta de otros movimientos armados en toda América Latina”.
“No pensaron en las consecuencias, sino que asumieron todos los riesgos, dadas las condiciones sociales que tenía el país entonces, que los hacía pensar que era factible un triunfo por las armas”, agregó.
Tras hacerse conocer por operaciones como el secuestro del presidente de UTEUlysses Pereira Reverbel, el millonario asalto al Casino San Rafael en Punta del Este, tal como el secuestro y posterior asesinato en agosto de 1970 del agente estadounidense del FBI Dan Mitrione —quien se encontraba asesorando en técnicas de tortura a la dictadura—, los Tupamaros vieron una respuesta contundente por parte del régimen.
Ya Mujica estaba curtido en la lucha: fue herido de seis balazos en diversas escaramuzas durante esos años. Fue apresado cuatro veces y, en dos oportunidades, se fugó de la cárcel de Punta Carretas junto a decenas de compañeros.
Durante 1972 los militares capturan a los máximos líderes del movimiento: Raúl Sendic, Eleuterio Fernández Huidobro, Mauricio Rosencof, José Mujica, Adolfo Wasem, Julio Marenales, Henry Engler, Jorge Manera y Jorge Zabalza, mientras la turbulencia política asciende y se van adjudicando mayores poderes. El 27 de julio de 1973 pisotean la democracia con golpe de Estado.
Trasciende el Mujica actual
En los trece años de prisión que vivió José —un encierro denunciado por organismos como la Cruz Roja Internacional, por su brutalidad y condiciones infrahumanas—, el que se convertiría en presidente vivió cada hora oscura con la amenaza de ser asesinado por los militares si alguna acción del MLN-T sucedía en territorio uruguayo.
En 1985 los uruguayos respiraron con el fin de la dictadura. La pregunta de todos, tras la liberación de los presos políticos, fue si estos entraban también a la democracia. Mujica fue encargado de responder, escogido por sus colegas exguerrilleros, al interrogante, el 17 de marzo, en un abarrotado Platense Patín Club.
“No tengo que olvidar, y no es fácil para un cerebro carcomido de rejas, que fuimos invitados por ustedes, sin condiciones, y mucho tenemos que agradecer. Vamos a ir a todas las tribunas que nos ofrezcan. Sin embargo, por estar en un estrado, no se deja de estar abajo. Estamos reaprendiendo, porque hasta la tumba se aprende”.
“Ya hemos aprendido una lección: este pueblo se ha transformado y mucho. Y el que no lo interprete pierde el tren. Las cosas pueden ser lentas, difíciles, hay que convencer y convencerse. La gente quiere pensar, participar. Y es bueno que eso sea así, es bueno que se termine el dirigentismo”, agregó.
El Mujica que hoy los uruguayos extrañan como presidente apareció esa noche, ante miles de comunes a los que reconoció como hermanos, en lucha por la misma causa. “Pepe” es todos los uruguayos, desde que se dio cuenta que la política triunfa cuando representa solo las ambiciones colectivas.
Ahí, con su gente, se reencontró con su pasado, el barrio de Paso de la Arena (sigue viviendo allí), y se dio cuenta de que sin dejar de ser eminentemente un ciudadano, podía hacer más en política que solo ser dirigente de cuello blanco.
“Esa es la impronta del líder que se traslada en su Volkswagen, sin custodia, con lenguaje directo. Esa fue la manera en que logró el apoyo de la gente y el triunfo de sus políticas de gobierno. A su estilo, José Mujica ha logrado más éxitos que muchos de los mandatarios tradicionales que ha tenido Uruguay”, dijo a este diario el periodista Daniel García.
Una reducción histórica de la pobreza del 40 al 10 por ciento, y situar a su nación a la vanguardia en los sectores agrario y energético, son algunos de esos logros del Mujica presidente (2010-2015). Ya forman parte de la historia. El ahora diputado prefiere tomarse un vino y un respiro junto a su esposa, mientras piensa de qué otra nueva forma luchará por su país.