Por: Miguel Alejandro Rivera
José Mujica esperando su turno para ser atendido en una clínica popular de Uruguay, aún cuando era presidente. |
Hace no mucho se
despidió. Aquel hombre que habita en el sur del continente dejó el poder
habiéndolo ejercido de maneras que para muchos terrícolas son casi
incomprensibles. Después de haber sufrido la dictadura cívico-militar de 1973 a
1985, y diversos mandatos del Partido Colorado, parece que a Uruguay le llegó
la justicia en un sujeto que se alejó de las banalidades propias de un
mandatario común.
“Si tuviera dos vidas las gastaría enteras
para llevar tus luchas”, dijo al despedirse de su puesto como jefe de Estado José
Mujica, un personaje que ha dejado una huella enorme en la historia, casi tan
grande como su humanidad.
Después de 70
años de batallas financieras que se decantaron en la crisis económica que Uruguay
vivió en 2002, la llegada al poder del Frente Amplio en 2005, con Tabaré
Vázquez, trajo consigo un crecimiento importante para los uruguayos. Mujica
siguió con esta línea para que su país fuese uno de los mejor posicionados en
América Latina.
Actualmente, el
Banco Mundial, clasifica a Uruguay como un país de renta alta con un ingreso nacional
bruto per cápita de 18.940 dólares, con un crecimiento promedio anual del 5.5 %
entre 2006 y 2013. Además, en el periodo de Mujica, el país registró el índice
de desempleo más bajo en su historia.
Sin embargo,
aunque son positivas en la mayoría de los ámbitos, siendo el menos favorable la
inseguridad, José Mujica es un hombre que no puede, o no debe, medirse en cifras,
sino en acciones, ideas, y en su legado como ejemplo austero, popular, alegre,
pero sobre todo humano en el ejercicio del poder.
El ahora
expresidente, donaba el 90 % de su salario a causas sociales. Decía, con mil
250 dólares le alcanzaba para sus gastos. “El hombrecito de nuestro tiempo
deambula entre financieras y el tedio rutinario de las oficinas atemperadas con
aire acondicionado. Siempre sueña con las vacaciones y la libertad. Siempre
sueña con concluir las cuentas, hasta que un día, el corazón se para y adiós…”
dijo frente a la ONU en 2013.
En aquella misma
ocasión, denostó la mercadotecnia, atacó al capitalismo, al político hambriento
de riquezas y a la civilización en la que hoy vivimos, “civilización contra la
sencillez, contra la sobriedad, contra todos los ciclos naturales, pero lo
peor, civilización contra la libertad que supone tiempo para vivir las
relaciones humanas, amor, amistad, aventura, solidaridad, familia”.
El antes
gobernante de Uruguay, jamás dio la impresión de mandatario, sino de un hombre
común que recibía a periodistas, funcionarios, y visitantes en general, en su
humilde vivienda; la mayoría de las visitas lo encontraban trabajando, no sólo
en el papeleo burocrático de dirigir un país, sino con sus pantalones
arremangados, recién bajado del tractor, trabajando la tierra.
Nacido en Montevideo, el 20 de mayo de 1935,
Pepe Mujica pareciera un hombre que viene de otras épocas u otras dimensiones:
no usa tarjetas de crédito, no tiene celular, le son indiferentes las redes
sociales y jamás usa corbata.
A su evento de
despedida como Jefe de Estado, llegó como a todos los lugares a donde iba: en
su pequeño volkswagen azul. Inolvidable, como en
gran parte de sus discursos, hace unos meses, en febrero de este año, dijo
hasta luego a sus compatriotas: “no me voy, estoy
llegando, me iré con el último aliento. Donde esté, estaré por ti”.
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